Ya estaban de nuevo.
Aquellos insoportables vecinos no nos daban tregua ni una sola noche. Realmente comenzábamos a cuestionarnos que lo estuvieran haciendo a propósito, pues cuando más cansados estábamos, era cuando más molestos resultaban. Pero no, ellos siempre habían sido así.
La mujer llegaba a casa después de una larga jornada, y, para llamar la atención del marido, no se le ocurría otra cosa mejor que ponerse a cantar alegremente, esperando así recibir un buen puñado de halagos por su parte. Sin embargo, lo único que obtenía en respuesta eran reproches. Era ahí cuando la discusión comenzaba a desatarse y ya no había quien los callara hasta el amanecer.
Antes de que pudieran seguir perturbando mis horas de sueño por mucho más tiempo, me levanté y cerré la ventana, dándole el gusto a mis oídos de descansar de aquel tormentoso grillar.
Aún recordaba el día en que mamá prometió ponerle remedio a aquella panda de insoportables insectos de nuestro jardín…
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